En Taller de Lectura y Redacción II aplicaste diferentes nociones y habilidades en la lectura de una obra literaria, pero aún quedan más elementos que vas a conocer ahora en la asignatura de Literatura I. ¿Sabes qué es la Literatura?
Para responder a la pregunta anterior podrías: usar un diccionario, una enciclopedia, un libro de Literatura o un libro de teoría literaria, pero ¿por qué la Literatura se puede definir desde distintos enfoques?
Si nos dijeran que la Literatura se puede concebir como:
a) Conjunto de obras orales y escritas
b) Obras de imaginación
c) Uso especial de la lengua, con leyes, estructuras y recursos específicos
d) Reflejo de los valores sociales de la época
¿Qué tendrían en común estas definiciones, para comprenderlas? ¿qué elementos tendríamos que conocer? Tal vez, ¿las características del lenguaje literario, sus funciones?
Para comprender el proceso de la comunicación literaria es necesario distinguir cuáles son sus elementos, entre ellos los relacionados con el emisor y el receptor de un texto literario. ¿Sabes cuál es el papel que desempeñan estos dos elementos? ¿Tendrán la misma función en cualquier texto? ¿Por qué es importante tener estos conocimientos?
A través de la lectura y actividades que se presentan en este tema irás resolviendo estas inquietudes y desarrollando tus habilidades para apreciar, analizar y comentar las obras literarias.
¡Adelante! Descubre nuevos mundos de imaginación.
Existen diversos puntos de vista al definir el término Literatura, sin embargo, lo común en todas esas nociones es la referencia al uso del lenguaje. La obra literaria usa los mismos elementos que cualquier otro hecho comunicativo para representar una realidad total o parcialmente imaginaria, mediante una forma peculiar de emplear la lengua. En el caso de la Literatura podemos entender, entonces, que la innovación técnica que más la ha influido es la escritura, convertida en el vehículo idóneo para su transmisión, sin olvidar que gran cantidad de obras que actualmente se consideran literarias en su origen fueron orales, y aún hoy existe una amplia tradición literaria oral que todavía no ha sido rescatada por la escritura.
El concepto de Literatura ha cambiado a través del tiempo. De una concepción muy amplia donde se incluía a toda obra escrita, se ha pasado por diferentes niveles. En algunos momentos y lugares sólo se consideraban literarias las obras de imaginación, o aquélla que reflejan los valores y gustos de una clase social, o bien la actividad creadora que el hombre desempeña mediante el lenguaje por el placer de crearlo.
Con base en lo anterior, concluimos que la Literatura es una creación lingüística que tiene como finalidad crear belleza. Es un acto de expresión y de significación a través de la palabra. Por esta razón podemos afirmar que la obra literaria es un hecho comunicativo en el que intervienen, como en cualquier proceso de comunicación, los factores que Roman Jakobson identificó:
¿Podrías explicar a qué se refiere cada uno de estos factores?
Veamos, el emisor envía un mensaje al receptor, utilizando un código común para ambos. Para que este mensaje sea operativo requiere de un contexto al cual referirse, susceptible de ser captado por el receptor, si no total al menos parcialmente; y por último un canal de transmisión o conexión psicológica entre emisor y receptor que permita a ambos permanecer en comunicación.
Entonces, la Literatura se puede analizar como un proceso de comunicación en el que participan diversas entidades: el autor, quien a través de un emisor manda el mensaje a un receptor: el lector. La literatura está constituida por un conjunto de textos, esto es, de obras escritas conforme a ciertas reglas que cada época establece. Como todos los mensajes en la comunicación, los textos literarios nos hablan de algo, se refieren a sucesos imaginarios, a fenómenos que ocurren o pueden ocurrir en la realidad que se vive ahora o se ha vivido en el pasado. A esta realidad que aparece en un texto literario se le denomina contexto.
Analizaremos ahora el siguiente ejemplo, que es un cuento de Vicente Blasco Ibáñez, en donde podremos identificar los factores antes mencionados (emisor, receptor, mensaje, contexto, código y canal), teniendo como guía las preguntas que aparecen posteriormente.
Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), novelista valenciano que escribió dentro de una óptica realista-naturalista e impresionista. Entre sus muchas novelas se cuentan Arroz y tartana (1894), La barraca (1898) y Cañas y barro (1902), en las que destaca la temática fatalista y una inclinación por el paisaje y el color. El autor también escribió numerosos cuentos en los que se observa el naturalismo aplicado a lo rural, con una influencia marcada de Zola, que se nota en la crudeza del tratamiento de los temas, así como en su técnica objetiva.
TEXTO 1
Sancha:
El bosque parecía alejarse hacia el mar, dejando entre sí y la Albufera una extensa llanura baja, cubierta de vegetación bravía, rasgada a trechos por la tersa lámina de pequeñas lagunas.
Era el llano de Sancha. Un rebaño de cabras, guardado por un muchacho, pastaba entre las malezas, y a su vista surgió en la memoria de los hijos de la Albufera la tradición que daba su nombre al llano.
Un pastorcillo como el que ahora caminaba por la orilla, apacentaba sus cabras en otros tiempos en el mismo llano. Pero esto era muchos años antes, muchos… tantos, que ninguno de los viejos que aún vivía en la Albufera conoció al pastor; ni el mismo tío Paloma.
El muchacho vivía como un salvaje en la soledad, y los barqueros que pescaban en el lago le oían gritar desde muy lejos en las mañanas de calma.
—¡Sancha, Sancha!
Sancha era una serpiente pequeña, la única amiga que le acompañaba. El mal bicho acudía a los gritos, y el pastor, ordeñando sus mejores cabras, le ofrecía un cuenco de leche. Después, en las horas de sol, el muchacho se fabricaba un caramillo cortando cañas en los carrizales y soplaba dulcemente, teniendo a sus pies el reptil que, enderezaba parte de su cuerpo y lo contraía como si quisiera danzar al compás de los suaves silbidos. Otras veces el pastor se entretenía deshaciendo los anillos de Sancha, extendiéndola en línea recta sobre la arena, regocijándose al ver con qué nerviosos impulsos volvía a enroscarse.
Cuando, cansado de estos juegos llevaba el rebaño al otro extremo de la gran llanura, seguíale la serpiente como un gozquecillo o enroscándose a sus piernas le llegaba hasta el cuello, permaneciendo allí como caída o muerta, y con sus ojos de diamante fijos en los del pastor, erizándole el vello de su cara con el silbido de su boca triangular.
Las gentes de la Albufera lo tenían por brujo y más de una mujer de las que tomaban leña en la dehesa, al verle llegar con la Sancha en el cuello, hacían la señal de la cruz como si se presentase el demonio. Así comprendían todos, cómo el pastor podía dormir en la selva sin miedo a los grandes reptiles que pululaban en la maleza. Sancha, que debía ser el diablo, le guardaba de todo peligro.
La serpiente crecía y el pastor era ya todo un hombre cuando los habitantes de la Albufera no lo vieron más. Se supo que era soldado y que se hallaba peleando en las guerras de Italia. Ningún otro rebaño volvió a pastar en la salvaje llanura. Los pescadores, al bajar a tierra, no gustaban de aventurarse en los altos jacales que cubrían las pestíferas lagunas. Sancha, falta de leche con que la regaba el pastor, debía perseguir los innumerables conejos de la dehesa.
Transcurrieron ocho o diez años y un día los habitantes de Saler, vieron llegar, por el camino de Valencia, apoyado en un palo y con la mochila a la espalda, a un soldado, un granadero enjuto y cetrino, con las negras polainas hasta encima de la rodilla. Sus grandes bigotes no le impidieron ser reconocido. Era el pastor que regresaba. Llegó a la llanura pantanosa en otros tiempos guardaba sus reses. Nadie. Las libélulas movían sus alas sobre altos juntos con suave zumbido y en los charcos ocultos bajo los matorrales chapoteaban los sapos asustados por la proximidad del soldado.
—¡Sancha, Sancha! —llamó suavemente el antiguo pastor.
Y cuando hubo repetido su llamamiento muchas veces, vio que las altas hierbas se agitaban y oyó un estrépito de cañas tronchadas, como si se arrastrase un cuerpo pesado. Entre los juncos brillaron dos ojos a la altura de los suyos y avanzó una cabeza achatada moviendo la lengua de horquilla, con un bufido tétrico que parecía helarle la sangre. Era Sancha, pero enorme, soberbia, levantándose a la altura de un hombre, arrastrando su cola entre la maleza hasta perderse de vista, con la piel multicolor y el cuerpo grueso como el tronco de un pino.
—¡Sancha! —gritó el soldado retrocediendo a impulsos de miedo—. ¡Cómo has crecido… ¡Qué grande eres!
E intentó huir. Pero la antigua amiga, pasado el primer asombro, pareció reconocerle y se enroscó en torno de sus hombros, estrechándole con un anillo de su piel rugosa sacudida por nerviosos estremecimientos. El soldado forcejeó.
—¡Suelta, Sancha, suelta! No me abraces. Eres demasiado grande para esos juegos.
Otro anillo oprimió sus brazos agarrotándolos. La boca del reptil le acariciaba como en otros tiempos; su aliento le agitaba el bigote causándole un escalofrío angustioso, mientras tanto, los anillos se contraían, se estrechaban hasta que el soldado, asfixiado, crujiéndole los huesos, cayó al suelo envuelto en el rollo de pintados colores de los anillos.
A los pocos días unos pescadores encontraron su cadáver; una masa informe con los huesos quebrantados y la carne amoratada por el irresistible apretón de Sancha. Así murió el pastor, víctima de un abrazo de su antigua amiga.
Sancha:
El bosque parecía alejarse hacia el mar, dejando entre sí y la Albufera una extensa llanura baja, cubierta de vegetación bravía, rasgada a trechos por la tersa lámina de pequeñas lagunas.
Era el llano de Sancha. Un rebaño de cabras, guardado por un muchacho, pastaba entre las malezas, y a su vista surgió en la memoria de los hijos de la Albufera la tradición que daba su nombre al llano.
Un pastorcillo como el que ahora caminaba por la orilla, apacentaba sus cabras en otros tiempos en el mismo llano. Pero esto era muchos años antes, muchos… tantos, que ninguno de los viejos que aún vivía en la Albufera conoció al pastor; ni el mismo tío Paloma.
El muchacho vivía como un salvaje en la soledad, y los barqueros que pescaban en el lago le oían gritar desde muy lejos en las mañanas de calma.
—¡Sancha, Sancha!
Sancha era una serpiente pequeña, la única amiga que le acompañaba. El mal bicho acudía a los gritos, y el pastor, ordeñando sus mejores cabras, le ofrecía un cuenco de leche. Después, en las horas de sol, el muchacho se fabricaba un caramillo cortando cañas en los carrizales y soplaba dulcemente, teniendo a sus pies el reptil que, enderezaba parte de su cuerpo y lo contraía como si quisiera danzar al compás de los suaves silbidos. Otras veces el pastor se entretenía deshaciendo los anillos de Sancha, extendiéndola en línea recta sobre la arena, regocijándose al ver con qué nerviosos impulsos volvía a enroscarse.
Cuando, cansado de estos juegos llevaba el rebaño al otro extremo de la gran llanura, seguíale la serpiente como un gozquecillo o enroscándose a sus piernas le llegaba hasta el cuello, permaneciendo allí como caída o muerta, y con sus ojos de diamante fijos en los del pastor, erizándole el vello de su cara con el silbido de su boca triangular.
Las gentes de la Albufera lo tenían por brujo y más de una mujer de las que tomaban leña en la dehesa, al verle llegar con la Sancha en el cuello, hacían la señal de la cruz como si se presentase el demonio. Así comprendían todos, cómo el pastor podía dormir en la selva sin miedo a los grandes reptiles que pululaban en la maleza. Sancha, que debía ser el diablo, le guardaba de todo peligro.
La serpiente crecía y el pastor era ya todo un hombre cuando los habitantes de la Albufera no lo vieron más. Se supo que era soldado y que se hallaba peleando en las guerras de Italia. Ningún otro rebaño volvió a pastar en la salvaje llanura. Los pescadores, al bajar a tierra, no gustaban de aventurarse en los altos jacales que cubrían las pestíferas lagunas. Sancha, falta de leche con que la regaba el pastor, debía perseguir los innumerables conejos de la dehesa.
Transcurrieron ocho o diez años y un día los habitantes de Saler, vieron llegar, por el camino de Valencia, apoyado en un palo y con la mochila a la espalda, a un soldado, un granadero enjuto y cetrino, con las negras polainas hasta encima de la rodilla. Sus grandes bigotes no le impidieron ser reconocido. Era el pastor que regresaba. Llegó a la llanura pantanosa en otros tiempos guardaba sus reses. Nadie. Las libélulas movían sus alas sobre altos juntos con suave zumbido y en los charcos ocultos bajo los matorrales chapoteaban los sapos asustados por la proximidad del soldado.
—¡Sancha, Sancha! —llamó suavemente el antiguo pastor.
Y cuando hubo repetido su llamamiento muchas veces, vio que las altas hierbas se agitaban y oyó un estrépito de cañas tronchadas, como si se arrastrase un cuerpo pesado. Entre los juncos brillaron dos ojos a la altura de los suyos y avanzó una cabeza achatada moviendo la lengua de horquilla, con un bufido tétrico que parecía helarle la sangre. Era Sancha, pero enorme, soberbia, levantándose a la altura de un hombre, arrastrando su cola entre la maleza hasta perderse de vista, con la piel multicolor y el cuerpo grueso como el tronco de un pino.
—¡Sancha! —gritó el soldado retrocediendo a impulsos de miedo—. ¡Cómo has crecido… ¡Qué grande eres!
E intentó huir. Pero la antigua amiga, pasado el primer asombro, pareció reconocerle y se enroscó en torno de sus hombros, estrechándole con un anillo de su piel rugosa sacudida por nerviosos estremecimientos. El soldado forcejeó.
—¡Suelta, Sancha, suelta! No me abraces. Eres demasiado grande para esos juegos.
Otro anillo oprimió sus brazos agarrotándolos. La boca del reptil le acariciaba como en otros tiempos; su aliento le agitaba el bigote causándole un escalofrío angustioso, mientras tanto, los anillos se contraían, se estrechaban hasta que el soldado, asfixiado, crujiéndole los huesos, cayó al suelo envuelto en el rollo de pintados colores de los anillos.
A los pocos días unos pescadores encontraron su cadáver; una masa informe con los huesos quebrantados y la carne amoratada por el irresistible apretón de Sancha. Así murió el pastor, víctima de un abrazo de su antigua amiga.
(Tomado de Cuentos Famosos, Luis Casanovas, 1975).
Después de haber leído el cuento de Vicente Blasco Ibañez, reflexiona y contesta la siguiente, envía las respuestas al correo:
1. ¿Quién es el autor?
2. ¿Quién narra la Historia?
3. ¿A quién se le cuenta la historia?
4. ¿Cuál es el argumento del cuento?
5. ¿Qué influyó en el autor para escribir esta historia?
6. ¿Cuál es el código y cuál el canal que se emplean en este cuento?
7. ¿Cuál es tu opinión sobre el desenlace del relato?
Observa el siguiente esquema sobre el cuento de Vicente Blasco Ibáñez:
Emisor:Vicente Blasco Ibañez
Receptor:El lector
Mensaje: La relación entre un pastor y una serpiente.
Contexto: La forma de vida en el bosque, la Albufera y la llanura baja de España.
Código: La lengua (Español) con algunos regionalismos.
Canal: La palabra escrita en este fascículo.
Como ves, en el cuento que hemos analizado localizamos los seis factores básicos que participan en la literatura; de esta misma forma podrás encontrar dichos elementos en cualquier obra literaria que llegue a tus manos; inténtalo.